La ejecución mediante garrote vil de un reo anónimo, en 1893, y la del célebre Salvador Puig Antich, en marzo de 1974, marcan el ciclo de este relato, que parece inspirado en el viejo método de interpretación de la historia del milenarista católico Gioacchimo de Fiore, seguido, entre otros, por Vico di Comte. Para Joan Adell Álvarez (Blanes, 1938), después de una etapa paternalista y despiadada, tras el uso de la fuerza represora y autodestructiva, vendría una época de civilización y progreso que culminaría en una tercera edad, de justicia y de paz, la edad del espíritu. Algo que —hoy lo sabemos— todavía está por llegar.
La Ley, el amor y la comodidad no han protegido a la saga burguesa de los Llopart, protagonista de esta novela (finalista del Premio Ramon Llull), de la violencia, la soledad y el dolor. Sus vidas se tambalean inciertas, oscilan entre situaciones incontrolables y misteriosas, de una crisis a otra, entre momentos que parecen suspender el tiempo y el vértigo de lo inesperado, entre el final fallido y la esperanza del cambio. Y es que las cosas se modifican de forma imperceptible, y un día, Sílvia y Eduard, el joven matrimonio que cierra la narración, tras su lucha por la libertad individual y colectiva, se levanta y descubre que el mundo ya no es lo mismo, aunque todo parezca igual.
Sílvia y Eduard son los últimos representantes de una familia de comerciantes, industriales y profesionales liberales, marcada por la Semana Trágica, la dictadura de Primo de Rivera, la Guerra Civil y el franquismo. Saga particular, con personajes femeninos surgidos de una novela del XIX, movidos por la fuerza de las emociones, que encarnan diferentes figuras del deseo y rompen los convencionalismos amorosos, intentando guardar las apariencias. Y con personajes masculinos, agentes del patriarcado —según la terminología feminista—, contaminados y exhaustos, cuya salud moral depende del estado del mundo. Son intolerantes, prepotentes, vengativos, e incluso cobardes, pero capaces de redención. Por eso su historia —esta historia— acaba bien, sin fantasías engañosas y frustrantes, con realismo, como debe ser. Acaba con la libertad de elegir, con la vuelta al hogar y al orden, con el amor entre iguales, reivindicando la pasión. Un mensaje subversivo. Y un paso adelante hacia lo mejor.
Anna M.Gil (La Vanguardia)
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